Flora de Baleares en general
La flora mediterránea que encontramos en Baleares, está formada por helechos (32 especies), orquídeas (31 especies), plantas protegidas (67 especies), plantas endémicas (124 especies), plantas introducidas (unas 130 especies) y el resto, formada por vegetación típica del mediterráneo. En total suman unas 2.000 especies.
Examinémoslas por hábitats:
El fondo marino
De las plantas marinas, la más conocida y abundante es la Posidonia oceanica, conocida vulgarmente como "alga". Las praderes de Posidònia sirven como refugio y alimento para muchas especies. Además, el ciclo de esta planta va ligado a la protección y formación de playas.
También en el fondo marino, encontramos la Cymodocea nodosa y Zostera marina.
Playas y dunas
En la arena, muchas plantas ayudan con sus raíces a que ésta no desaparezca por la acción del viento. Así, el lirio de mar Pancratium maritimum, el cardo marino Euryngium maritimum o el barrón europeo Ammophila arenaría son ejemplos de este tipo de planta.
En las Pitiusas son abundantes los sabineros. La sabina suave Juniperus phoenicea (en Baleares subsp. turbinata) es uno de los organismos más efectivos a la hora de retener la arena.
Podemos destacar otras plantas como la adormidera marina Glaucium flavum, o el carretón de playa Medicago marina. Mientras que en las Pitiusas abunda el bellísimo molinete (Silene cambessedessii) que con sus flores rosas da un golpe de color a la arena.
Litoral rocoso, acantilados
Sobre rocas, aprovechando un mínimo de suelo, viven plantas bien conocidas como el hinojo marino Crithmum maritimum, la femeniasia balearica Launaea cervicornis o las siemprevivas (Limonium spp.) entre muchas otras.
Es un hábitat en el que el viento sopla fuerte y que está expuesto a las horas más calientes del verano, creando unas condiciones muy duras. Debido a esto, estas plantas tienen hojas duras o carnosas y son bajas, con raíces fuertes, bien sujetas.
Aguas salobres y albuferas
Cuando el agua marina entra en el suelo y se entremezcla con el agua dulce, el principal problema de los seres vivos terrestres es el grado de salinidad. Por eso las plantas tienen una presión osmótica muy alta para contrarrestar la presencia de sal en sus tejidos, dando lugar a unas hojas carnosas. Éste es el caso típico de las salicórnies, siendo la sosa grande (Sarcocornia fructicosa) una de las más abundantes y conocidas.
En las albuferas predomina el carrizo (Phragmites australis), entre el que no es raro encontrar la correhuela blanca (Calystegia sepium) taladrando entre las cañas. La anea (Typha dominguensis) también es típica de albufera, en cambio el junco (Juncus acutus) lo podemos encontrar, desde el sistema dunar hasta en los salobrales y albuferas. No podemos olvidar los tarajes (Tamarix spp) que son los árboles de los salobrales por excelencia.
Fuentes, charcas y torrentes
En los torrentes, a pesar de no llevar agua durante todo el año, encontramos un microclima producido por la humedad y las sombras de árboles como los álamos negros (Populus nigra), los plataneros híbridos (Platanus hispanica), los olmos (Ulmus minor) y los fresnos de hoja estrecha (Fraxinus angustifolia). De hecho, antiguamente se sembraban estos árboles cerca de fuentes y torrentes.
A parte de una gran cantidad de plantas exóticas introducidas que se han adaptado a nuestros torrentes, encontramos las especies autóctonas propias del bosque de ribera. De entre estas especies podemos destacar la zarza (Rubus ulmifolius) o la hierba doncella (Vinca difformis) que da un tono, gracias a sus flores, de color azul avioletado
Tampoco es raro el mirto (Mirtus communis), que crece en lugares frescos.
El polipodio (Polypodium cambricum), adorna con sus hojas las paredes húmedas de las fuentes, de la misma manera que también lo hace la lengua de acero (Asplenium sagittatum). Ambas especies son helechos.
Chaparrales y campos abiertos
Campos de cultivo, chaparrales, campos abiertos, aceras de caminos... son zonas en las que prolifera la vegetación. A veces, incluso se forman masas forestales, especialmente acebuchales. Se trata de chaparrales donde abunda el acebuche (Olea europaea var. sylvestris). En general, en los campos abiertos, encontraremos durante la primavera una explosión de colores amarillos y rojos. El color amarillo es el propio de las margaritas silvestres o ojo de buey (Chrysantemum coronarium), mientras que el rojo lo producen las amapolas (Papaver rhoeas), parientas de la adormidera (Papaver somniferum). Los cardos (Galactites tomentosa) y (Cynara cardunculus) tienen hojas espinosas, siendo verdes en primavera y de colores ocres en verano. Destacan las cerrajas, con florecillas amarillas, de los géneros Sonchus sp y la especie Urospermum dalechampii.
El hinojo (Foeniculum vulgare) es común también, pariente de la popularmente llamada "zanahoria" (Daucus carotta) que con sus agrupaciones de flores compuestas de color blanco se pueden ver de lejos y son refugio para muchos insectos. La cúgula (Avena sterilis) y las flechas (Hordeum murinum) son dos gramíneas abundantes en nuestros campos. Popularmente se conocen sencillamente como "hierba". En invierno nos sorprenderá observar los campos en flor teñidos de un color limón. La culpable de este color es la vinagrella (Oxalis pes-caprae), especie introducida que ha invadido todos los campos. De correhuelas (Convolvulus sp.) hay varias especies, entremezcladas entre la vegetación baja donde a veces encontraremos la cabeza de moro (Muscari comosum), la rape de fraile (Arisarum vulgare) o el cugot (Arum italicum). También formando parte de la vegetación baja, encontramos las bellísimas e interesantes orquídeas, aunque su floración es puntual y breve. Siempre bastante primaveral. Los largos y duros tallos del Gamón común (Asphodelus aestivus) se ven desde fuera, como auténticas estacas clavadas en el suelo, con una agrupación de florecillas blancas en su extremo superior.
La mata (Pistacia lentiscus) no es nada rara en el chaparral, junto con plantas aromáticas como el romero (Rosmarinus officinalis) o la guirnalda (Lavandula dentata) y el tomaní (Lavandula stoechas). Las estepas, con sus hojas vueltas aterciopeladas y bellas flores con pétalos de fina textura, viven en el chaparral, donde encontramos diferentes especies del género Cistus sp. También son diferentes las especies de esparragueras (Asparagus sp.) que crecen en el campo, formando masas espinosas, a veces en lugares muy secos y soleados.
Dos plantas muy conocidas y frecuentes son las ortigas (Urtica spp.) y las acelgas (Beta vulgaris).
Evidentemente, ya forman parte de nuestro paisaje, dos árboles introducidos en tiempo antiguo, el algarrobo (Ceratonia siliqua) y el almendro (Prunus dulcis).
Bosque. El pinar
La mayor parte de territorio forestal en Baleares es pinar. El pino que lo forma es el pino blanco (Pinus halepensis) que en Baleares pertenece a la var. ceciliae. El pino piñero (Pinus pinea) con sus enormes copas e impresionantes troncos se encuentra sólo, de manera aislada.
El suelo del pinar no es tan rico en nutrientes como el del encinar, y las hojas caídas de los pinos casi no tienen nutrientes. Los arbustos que podemos encontrar en los pinares son la madroñera (Arbutus unedo), la mata (Pistacia lentiscus) y el brezo (Erica multifloro). De otros, como el olivillo (Cneorum triccocon) se pueden encontrar también en encinares y algunos chaparrales. El aladierno (Phillyrea angustifolia) es típico de los pinares bien conservados. No tenemos que olvidar el carrizo (Ampelodesmos mauritanica) que, en muchos casos cubre grandes superficies y nos impide caminar.
El mirto (Mirtus communis) y el torvisco (Daphne gnidicum) son ejemplos de plantas que pueden aparecer en pinares, aunque más raramente. El algorrobo borde (Anagyris foetida) con sus pequeñas "algarrobas" crece en pinares, normalmente en las zonas más frescas y abiertas. Y no podríamos dejar de lado a la única palmacia autóctona, el palmito (Chamaerops humilis) que es frecuente, junto con los pinos, en muchos sitios de Baleares, especialmente en Mallorca. El pino (Pinus halepensis) lo podemos encontrar a nivel del mar, llegando también hasta los regazos de la montaña.
Bosque. El encinar
La encina (Quercus ilex) es grande y frondosa, llega alcanzar considerables diámetros de tronco y anchas copas. El suelo de los encinares es muy rico en nutrientes, aunque es sombrío y humedo. El pariente próximo de la encina es la coscoja (Quercus coccifera) más pequeña, que llega sólo al tamaño de un arbusto con hojas más puntiagudas, con su parte de debajo verde en lugar de gris.
Algunas plantas como la arbocera (Arbutus unedo) que encontramos en pinares, también la podemos localizar en el encinar. El brezo (Erica arborea) junto con la enebrina (Juniperus oxycedrus) son dos de los arbustos más corrientes en los bosques de encinas. La zarzaparrilla (Smilax aspera) es una planta trepadora y puntiaguda que crece entre las piedras de las paredes y los troncos de algunas encinas. En el suelo, donde la luz casi no llega directamente por la sombra de las encinas, vive el "pan porcino", en catalán "pa de porc" (Cyclamen balearicum) un endemismo interesante y bastante corriente, mientras que por las mismas zonas, crece el polipodio (Polypodium cambricum) y el culantrillo (Adiantum capillus-veneris), parientes del helecho (Pteridium aquilinum). A mayor altura, encontramos la lechetrenza (Euphorbia dendroides), la aladierna de hoja ancha (Phillyrea latifolia) y el llamado en catalán "llampúdol bord" (Rhamnus ludovici-salvatoris). En invierno, aparecen las "bolitas rojas", que son fruto del cerezo de pastor (Ruscus aculeatus).
Montaña. Cumbres y acantilados
Los tres árboles más característicos son: el tejo (Taxus baccata), el arce de hoja pequeña (Acero granatense) y el acebo (Buxus balearica). La altura, unido a los inviernos que cubren de nieve este hábitat, las fuertes ventoleras y los veranos sofocantes de la montaña, hacen que las plantas hayan desarrollado unas estructuras bien adaptadas.
Muchas de estas especias son endémicas. La "estepa Joana" (Hypericum balearicum) por ejemplo, crece en la montaña, donde muestra sus flores amarillas y sus hojas de forma arroyada. La col del diablo (Pastinaca lucida), destaca por el fuerte olor que desprende al tocarla, lo opuesto al buen olor de la camomila de montaña (Santolina chamaeyparissus). Si tuviéramos que responder a la pregunta, que planta de montaña y además endémica, tiene unas grandes flores de color rosado, la respuesta sería la peonia (Paeonia cambessedesii). Tiene una coloración totalmente diferente al potente color amarillo de la violeta de peñasco(Hypericum balearicum) que cuelga de los peñascos.
El cojinete de monja o "gatovell" (Astragalus balearicus) es espinoso, bajo y con una estructura que no deja que ni el fuerte viento ni el calor del verano le afecten. Como curiosidad, la dedalera (Digitalis minor) contiene un tóxico en su savia. Su belleza tal vez nos alerta de su peligro. A pesar de que la podemos encontrar a nivel del mar, la cebolla marina (Urginea maritima), es frecuente en la montaña. Durante el año muestra sólo un manojo de anchas y consistentes hojas verdes, pero en septiembre estas hojas se secan y son substituidas por un bellísimo agave de florecillas blancas.
La "maçanella"(Helichrysum crassifolium) es otro elegante endemismo de la alta montaña balear, como también lo es la col de peña (Scabiosa cretica) La cerraja de peñón (Crepis triasii) resiste bien las fuertes condiciones atmosféricas de montaña, como también lo hacen la col borda (Brassica balearica) y la "cossiada del penyó" (Globularia majoricensis), un endemismo muy interesante, Igualmente endémica, encontramos la violeta de montaña (Viola jaubertiana), pequeña con florecillas violetas que encontraremos siempre escondida en zonas de sombra.
Hay que destacar dos plantas endémicas con las que se trabaja en pro de su conservación: el "apio de Bermejo"(Apium bermejoi) y la Naufraga balearica.
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