Presentación de la Jornada del Día Mundial del Ictus

El ictus sucede cuando aparece bruscamente un déficit neurológico debido a un trastorno vascular cerebral, es decir, a una interrupción del flujo sanguíneo (ictus isquémico) o a la rotura de un vaso (ictus hemorrágico). Es una emergencia médica que provoca la pérdida repentina de funciones cerebrales (como el habla, la fuerza, la visión o la coordinación) y cuyo pronóstico depende en gran medida de la rapidez y la calidad de la atención recibida.  Es necesaria la detección precoz (que las personas conozcan los síntomas) para poner en marcha el Código Ictus, es decir, la coordinación entre el SAMU-061 y los hospitales, para trasladar inmediatamente el paciente al hospital que corresponda, cuyos neurólogos y médicos de urgencias deben estar avisados. El paciente será diagnosticado y tratado con rapidez, ingresando en la mayoría de ocasiones en una unidad de ictus.

El ictus se puede prevenir controlando los factores de riesgo, pero en los últimos años hemos asistido a un incremento en el número de ingresos (en las Illes Balears, se superaron los 3000 ingresos en 2023). Los tratamientos en fase aguda y la atención en unidades de ictus han comportado un descenso en la mortalidad evidente (en las Illes Balears, según el Instituto Nacional de Estadística, fallecieron por enfermedad cerebrovascular en 2012, 532 personas y en 2023, 394). 

La vida después del ictus supone afrontar el profundo impacto que provoca tanto en la persona que lo sufre como en su familia:

•    En la persona afectada: puede dejar secuelas físicas (debilidad, alteración del lenguaje, pérdida de visión), cognitivas (pérdida de memoria, dificultad para la atención, etc.), emocionales (ansiedad, depresión, cambios de conducta) y sociales (imposibilidad para trabajar, dificultad en las relaciones, pérdida de autonomía, etc.). 
•    En la familia y cuidadores: se altera la dinámica familiar, el cuidador principal puede tener sobrecarga física y emocional, estrés, dificultad para trabajar, dificultades en la conciliación y dificultad en las relaciones.
•    Impacto social y económico: además de los elevados costes sanitarios y sociales, las familias pierden ingresos, productividad, y han de asumir diferentes costes para la rehabilitación, las adaptaciones del hogar, de los vehículos, etc.

La atención a estos pacientes ha de ser integral y centrada en la persona, combinando la rehabilitación multidisciplinar, el apoyo psicológico y social y el acompañamiento durante todo el proceso de recuperación, sin menoscabo en la continuidad asistencial entre los diversos niveles asistenciales.

Se ha de evitar un segundo ictus, que lleva asociado un incremento en la discapacidad y en la mortalidad, con la prevención secundaria, con control intensivo de factores de riesgo vascular (hipertensión, diabetes, dislipemia, fibrilación auricular, tabaquismo, obesidad), el uso de terapias farmacológicas específicas (antiagregantes, anticoagulantes o estatinas según etiología) y, en algunos casos, procedimientos como la endarterectomía carotídea o el cierre de foramen oval permeable. Estas medidas deben combinarse con intervenciones sobre el estilo de vida —dieta mediterránea, ejercicio regular, abandono del tabaco y alcohol— y con programas de seguimiento en Atención Primaria coordinados con Neurología, que aseguren la adherencia terapéutica y la equidad en el acceso a pruebas y tratamientos. Asimismo, es esencial la educación sanitaria de pacientes y cuidadores, la formación continua de los profesionales y la individualización de las intervenciones según la comorbilidad y las características sociales de cada persona.