Historia de Margarita Fullana Riera
Conversando con un amigo, Antonio (Toni) Mayol, dueño del Hotel Balear de Can Pastilla, me dijo «escribe la vida de tu madre, su vida entre las dos orillas Mallorca-Buenos Aires». Esto, así, quizás no tenga sentido, pero esa charla se dio en el año 2021, durante la pandemia. Yo, en Buenos Aires, y Toni, en Mallorca, a 11.000 km de distancia, pero totalmente unidos por un sentimiento: las raíces, algo que está dentro y es el motor de nuestra vida. Nací en Argentina, pero todo lo que me hace feliz tiene que ver con esa hermosa isla a la que mi madre llamaba «la perla del Mediterráneo», y mis hijos, ya cuarentones, mi esposo y mi nieto aman. Y para que no se pierda todo lo que mamé de mi familia mallorquina, ahí va la historia de mi madre, Margarita Fullana Riera.
Nacida en Manacor, hija de Catalina Riera Grimald y Miguel Fullana Fullana, fue la quinta y sexta mujer de la familia, ya que mi madre fue melliza. Su hermana mayor, Magdalena, había nacido en 1890; luego vinieron Catalina, Francisca (fallecida a los 2 años), Francisca (nuevamente), María, y las mellizas Margarita y Bárbara, en 1908. Más tarde, tres varones: Sebastián, Rafael y Miguel. Mi abuelo Miguel poco sabía de leer ni escribir. Tuvo varios trabajos en una fábrica de calzado, una de soda, y sobrevivía manteniendo a su familia numerosa. Cuando nacieron las mellizas, mi abuela amamantaba a María, que tenía 15 meses, por lo que no podía amamantar a las tres. Buscó una nodriza en Manacor pero no encontraba y entonces apareció un matrimonio, la familia Rosselló, de Vilafranca de Bonany, un pueblo cercano a Manacor, que, habiendo teniendo varios embarazos, solamente tenían a dos hijos vivos: Jaume y Juana María, que tenían aproximadamente 10 años. Por entonces, sa dida (desconozco su nombre) y es didot habían tenido a otro niño, también fallecido, y por eso, teniendo leche para amamantar y dada la distancia entre pueblos, fueron a buscar a una de las mellizas para criarla en la finca rural Son Orlandis (sitio cercano a Vilafranca). Fueron a buscarla con un carro a Manacor y mi abuela Catalina les dio a elegir a cuál querían llevarse y eligieron a Margarita, quien después fuera mi madre. Cuenta ella que tenía 3 o 4 días de vida y la eligieron porque parecía más «fuerte». Mamá contaba que durante 5 o 6 años —no recuerdo bien— cada dos o tres meses la llevaban en carro desde Son Orlandis hasta Manacor para que sus padres la vieran. Mamá recordaba que iba llorando y que volvía cantando, porque vivía libre en esa casa de piedra en la montaña —que conocí en 1998, ya derruida— donde tenían cabras y una era la que daba la leche para ella. Contaba que era la niña mimada de esa familia que no tuvo más hijos. Alrededor de los 6 años, sus padres de crianza le pidieron a los que después fueros mis abuelos, Miguel y Catalina, adoptar a la niña, diciéndoles que tendría el mismo trato que sus otros dos hijos, a quienes mamá llamaba germans de llet (hermanos de leche), ya que mis abuelos tenían 5 hijas mujeres y 3 varones, y a Margarita solo la veían de forma esporádica. Entonces mi abuela se ofendió y les contestó que no les daría a la niña y les obligó a dejarla en Manacor con sus 8 hermanos, a los que casi no conocía y que además la llamaban la montañesa. Contaba que extrañaba a la dida y al didot y a sus hermanos de leche, Juana María y Jaume. Mamá creía que no la querían. Y así, separados, y las familias ofendidas, nunca más se vieron. Mi madre se integró en su familia de sangre (aunque nunca olvidó a su familia de leche), fue a la escuela de las monjas, donde solo le enseñaban a rezar y bordar, poco de escritura y matemáticas, y luego trabajó en la fábrica de perlas Majorica, donde su tarea era colocar las perlas pinchándolas en unos corchos para que le dieran el baño perlado con un producto con olor a plátano, y parece ser que mi abuela odiaba los plátanos porque traían la ropa impregnada con ese olor. También trabajaba con ella su hermana Maria, que enhebraba las perlas. Mamá contaba que entre las 6 mujeres se turnaban para ir a dormir con la abuela, e iban con ella a buscar manzanas. Los hermanos varones iban a la escuela de los monjes Baberets, cerca de Sa Bassa. Hacia 1923, mi abuelo Miguel intentó hacer un negocio con catalanes que venían de la Península y le vendieron unas máquinas para hacer calzado. Como casi no sabía leer, firmó, dio el dinero y nunca llegaron las máquinas. Casi en la ruina, sin dinero, sin trabajo y 9 hijos para mantener, le dijo a mi abuela que se iba a Barcelona a buscar a quienes le habían estafado y que si no los encontraba se marcharía para Argentina, donde ya estaban dos hermanos de mi abuela (radicados en Santa Fe) .Como era de esperar, no pudo encontrarles y se embarcó solo para Buenos Aires. Cuando llegó en 1923 contactó con inmigrantes españoles y sobre todo baleares, entre ellos Miguel Palmer, quien años mas tarde fuera famoso como fabricante de calzado en Buenos Aires —tener un zapato elastizado de PALMER era un lujo—. Enterada mi abuela de que mi abuelo estaba en Argentina, dos meses más tarde mandó a su hija mayor Magdalena y a la tercera, Francisca, quienes cuando llegaron fueron a vivir con su padre a una habitación en el barrio de Boedo, sitio elegido por los inmigrantes baleares, sobre todo mallorquines, y barrio donde todavía se encuentra la Casa Balear de Buenos Aires, sitio ahora de reunión de los baleares y sus descendientes. Comenzaron a trabajar en la fábrica de Palmer, mis tías como aparadoras. Pasaron dos años y mi abuela, en 1925, vendió todo lo que le quedaba en Manacor y se embarcó hacia Barcelona con los 7 hijos restantes, llegando al puerto de Buenos Aires en febrero de 1925. Reunida la familia alquilaron un pequeño departamento y toda la familia (los 11) vivía junta en el barrio de Boedo. Las hijas mayores dividían las tareas entre estar en la casa o trabajar en la fábrica o en su casa. Cuando mi madre llegó tenía 17 años y vino con un certificado de trabajo como modista. Miguel, el pequeño, tenía 7 años y los tres varones cursaron la escuela primaria en Buenos Aires, destacándose el mayor Sebastián como un excelente dibujante (años mas tarde fue el diseñador de calzado de la marca Palmer). Le recuerdo frente al caballete, con un cigarrillo en la boca y la carbonilla, diseñando y haciendo el despiece del zapato. Era un artista y sus pinturas de caballos eran incomparables.
Mis tías se fueron casando con mallorquines: Magdalena con Antonio Vaquer, Catalina con Antonio Fullana, Franci y Mary se quedaron solteras (la tía Mary siempre hablaba de un novio, Mauricio Fuster, xuetó, a quien volvió a ver en 1968 cuando regresó a Mallorca), Bárbara se casó con Pedro Sabater y mi madre, la única, con un hijo de belgas y franceses. Los varones se casaron con hijas de españoles. Mi madre se casó con Angel Coq Bertrand en 1936 y yo, Margarita Catalina, nací diez años después; más tarde, nació mi hermana María Virginia. Mi madre fue ama de casa; mi padre, muy estudioso, completó la escuela comercial y la industrial. Mi hermana y yo tuvimos un buena vida y pudimos estudiar, dedicándonos a la docencia, pero desde el día que nací la cultura mallorquina nos abrazó con una familia que hablaba el dialecto (así le decía mi madre) salvo cuando estaba alguien que no lo entendiera. Los cantos de mis tíos, sobre todo María y Sebastián, animaban todas las reuniones (un tío de mi abuela, el bajo Riera, había cantado en el Teatro Colón en Buenos Aires, donde había un retrato de él) y nosotros, los nietos, entendíamos todas las canciones: Una coqueta de sal y oli, Ses ninetes, En Joan petit, Serra mamerra, alegraron mi niñez. Pasado el tiempo, a finales de los años 50, mi tío Sebastián viajó a Mallorca y le preguntó a mi madre que quería que le trajera. Ella solo pidió que fuera a Vilafranca y buscara a la familia Rosselló en Son Orlandis para tener noticias de sus hermanos de leche, Jaume y Juana María. Sebastián los encontró viviendo ya en Vilafranca: en la manzana de la iglesia, a Jaume, y en la calle Rincón, 5, a Juana María. Jaume tenía tres hijos: dos varones, Juan y Xisco, y una hija, Margarita. Juana María, nueve hijos (pude conocer a dos: Sión y Margalida; con ella, que era monja, nos escribimos durante muchos años). Contaba mi tío de la alegría de esa familia de tener noticias de sa petiteta, y desde ese momento se estableció la comunicación vía cartas y luego a través de todos los otros medios, que continúan aún hoy con los descendientes. Cartas, tarjetas, fotos…, mi madre había recuperado a su familia de crianza. Y aquí otra de las sorpresa que nos dio Mallorca: en uno de los viajes, el día anterior al regreso, fuimos con mi marido, Francisco, hasta el parque de las Estacions, buscamos a ver qué buses había a esa hora de la tarde para ir a conocer algún pueblo del interior y elegimos uno que iba a Banyalbufar. Cuando subimos en la terminal éramos seis personas: cuatro señoras, una pareja mayor, Francisco y yo. Durante el trayecto las cuatro señoras bajaron y nos quedamos las dos parejas y el chófer. Los cuatro sentados en los primeros asientos para sacar fotos, y yo le comenté a Francisco «qué lindo es escuchar hablar bien el mallorquín». El señor del asiento de al lado me dijo «y de Vilafranca», a lo que yo le contesté «calle del Rincón, número 5» y el señor se puso a gritarle a la señora «sa casa de ma mare» (la casa de mi madre) y le dije «Juana Maria Rossello Gayá». Me miró y me preguntó cómo sabía yo eso. Le contesté que era la hermana de leche de mi madre y que yo escribía las cartas a Margarita (una de sus hermanas). La sorpresa de Sión, hijo de Juana María, de la señora que lo acompañaba —una vecina que tenía por costumbre salir a pasear por las tardes— y del chófer que decía «pues no me lo puedo creer que se hayan encontrado dos partes de una familia que estaban separados por 11.000 km en mi bus» fue mayúscula. Llegamos al pueblo, esperamos a que el bus volviera con el mismo chófer, llegamos a Palma y a toda costa quiso Sión que fuésemos a su piso. Llamó por teléfono a sus hijas, a su hermana Margarita, cuya alegría fue enorme, y cuando nos íbamos nos dijo que eso le parecía un sueño. Como yo siempre llevo recuerdos en mi bolso, tenía un llavero de Argentina, se lo dí y le dije «cuando se levante verá que no fue un sueño». Al día siguiente volvimos a Buenos Aires. El teléfono nos mantuvo en contacto, y dos veranos más nos encontramos y conocimos a sus hijas, Xisca y Mari, y a su familia. Lamentablemente, durante un invierno falleció.
Cuando los lazos tienen que unirse no importa el tiempo que pase ni la distancia. Lo que siempre lamento es que mi madre no haya podido vivir estas emociones.
En 1968 viajaron a España dos de mis tías, Francisca y María; mi madre no quiso viajar. Luego fue la melliza Bárbara y estuvieron allí seis meses en la casa de uno de sus primos, Miguel Serra Llodrá, dueños de una fábrica de muebles de la avda. Rosselló, llamada Style. Tenían una casa en Porto Cristo. Mi madre no quiso ir. Le pregunté porqué no había querido estar con sus hermanos de leche y la respuesta fue que le causaba añoranza y pena. Por supuesto, mis tías habían llevado un cuadro donde estábamos los cuatro: mi madre, mi padre, mi hermana y yo.
En 1998, cuando fuimos por primera vez, lo primero que nos trajeron fue ese cuadro. Además, habíamos ido con nuestro hijo Mariano, de 18 años, y el tío Xisco (sobrino de leche, hijo de Jaume). Nos dijo que nos iba a llevar a conocer a mi familia y nos llevó al cementerio de Vilafranca a visitar las tumbas de los antepasados.
En 1969 regresaron mis tías tras su estancia en Mallorca habiendo visitado tanto a la familia de sangre como también a la familia Rosselló. Por suerte, conservo fotos de esos encuentros. Mi tía Mary había visitado al Sr. Rich, dueño de la fábrica de Perlas Majorica. Ya era un anciano y le cuidaban dos primas de mis tías. Recordaba que mi madre había trabajado allí, y antes de partir el Sr. Rich le entregó a la tía Mary un collar de perlas (original, con numero de serie, para mi madre como recuerdo), collar que aún conservo con su envase de papel original, y otros collares y pulseras de perlas para regalar a la familia. Fue pasando el tiempo y las cartas y las tarjetas siguieron viajando. Yo terminé los primeros estudios, comencé a trabajar en la docencia y seguí estudiando en el conservatorio. Más tarde, conocí a Francisco, nos casamos y fuimos a vivir a Buenos Aires, cerca de la casa de mis padres. Pasó el tiempo y nació Pablo, nuestro hijo mayor. Mi mamá me comentó que ya no recibía noticias. Sabía que su hermano Jaume había fallecido y presumía que su esposa también; quien escribía era su sobrino de leche, Juan. De repente, un día apareció mi madre agitando un sobre y contentísima nos dijo «noticias de Mallorca». Con emoción abrí el sobre y quien escribía era Xisca, Francisca Grau Rosselló, nieta de Jaume, de 15 años, que como la abuela había fallecido habían ido a limpiar la casa con su madre Margarita, donde seguían viviendo Juan y Xisco, en Vilafranca. Margarita tuvo tres hijos: Xisca, los mellizos Juan y Antonia (Juan ya fallecido muy joven), y Antonia, que vive en Manacor con su esposo y sus dos hijas, Sarafeli y Claudia. Xisca cuenta que le llamaba la atención la foto que estaba junto a la chimenea de la casa de su abuela y cuando preguntaba quiénes eran le contestaban «la familia de América». Xisca le dijo a su madre que iba a escribirnos y desde entonces estuvimos en comunicación: cartas, fotos, correos electrónicos, Facebook... hasta que en 1998 fui a conocer mis raíces.
Xisca fue a recibirnos al puerto porque nosotros estábamos en Barcelona y habíamos viajado en barco hasta Palma. De allí fuimos a Montuïri, donde tenían una casa alquilada para pasar el verano y nos esperaban su esposo Enrique y su hija, Selena, de 7 años. Enrique había preparado una paella valenciana, pues él era de allí. Estuvimos una semana y conocimos los lugares donde mi madre nació y se crió: Son Orlandis y Manacor, de donde partió para América. Mi madre vivió hablando de su isla, «la perla del Mediterráneo» y no dejó nunca de hablar su dialecto mallorquín. Falleció en 1993 a los 86 años. Cantaba y cocinaba sin perder sus costumbres: las cocas, ensaimadas, robiols de brossat (requesón) o dulce de cabello de ángel, crespells, sopas, cocarrois...
Lamentablemente, mis hijos Pablo y Mariano no tienen la nacionalidad española porque su abuela (mi madre) por ser mujer no puedo transmitirla y yo tampoco aunque soy ciudadana de origen; sin embargo, las nietas del hermano de mi madre Rafael sí la tienen porque su abuelo era varón. Desde 2010 venimos pidiendo un cambio de una legislación que discrimina por género. Algún día las Cortes lo tendrán en cuenta. Sería cerrar un círculo y un reconocimiento a tantos españoles que por diferentes motivos tuvieron que emigrar, para que sus descendientes tuvieran reconocido para siempre ese lazo entre los dos continentes. El agradecimiento es infinito a estas familias que nos reciben; no tendremos la misma sangre pero lo que nos une es un amor a esa tierra en la que desearía pasar el resto de mi vida. Quizá habré olvidado episodios, pero no podré olvidar el amor que estas familias del corazón nos profesan.
Solo, GRACIAS.
Margarita Catalina Coq Fullana
GORVEN DE LES ILLES BALEARS
Paseo Sagrera , 2 - 07012 - Palma