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06/12/2018
DISCURSO DE LA PRESIDENTA EN EL ACTO DE CONMEMORACIÓN DEL 40 ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN
DISCURSO DE LA PRESIDENTA EN EL ACTO DE CONMEMORACIÓN DEL 40 ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN
Distinguidas autoridades,

Señoras,

Señores,

Como hemos visto, estos 40 años justifican una celebración. Han sido 40 años en los que nos hemos reído y hemos llorado juntos, en los que hemos disfrutado y hemos sufrido al mismo tiempo. 40 años de retos superados que empezaron con un momento único en la historia de nuestro país: por primera vez, fuimos capaces de ponernos de acuerdo. Y lo hicimos en el momento más incierto, para convertir el diálogo en la base del proyecto político y social que ha comportado mayor prosperidad y para más gente.

Ahora es el momento de mirar hacia atrás y recordar que este proyecto, que nació de extremos hasta entonces irreconciliables, encontró en la generosidad de todos el punto de partida en el que todavía hoy nos reconocemos.

Un consenso que la ciudadanía fortaleció de la mejor manera posible: votando de forma casi unánime a favor de la Constitución. Fue un día de fiesta. Y, por eso, quiero empezar destacando un hecho que no es casual: hoy esta celebración se abre a toda la ciudadanía. Porque es la que da sentido a lo que somos. Es la participación de las ciudadanas y de los ciudadanos la que nos ha traído hasta aquí.

Hace cuatro décadas, nuestra sociedad inició su modernización a partir de la extensión de derechos, de la aportación individual al bienestar colectivo y del compromiso de todos por la igualdad y la justicia económica y social. Y, desde entonces, esta ciudadanía y las generaciones que se han ido incorporando a nuestra democracia han mantenido vivo el espíritu de progreso y oportunidades para todos.

Han sido 40 años que han cambiado España y, al mismo tiempo, nos han cambiado a todos. 40 años en los que hemos visto cómo, sobre los derribos del muro de Berlín, se alzaban la Unión Europea y el euro. Años en los que nos marcó la explosión de modernidad de 1992 y la eclosión y la llegada a la madurez de nuestras generaciones más cultas, formadas y exigentes. 40 años de compromiso con la paz, que nos definen como el pueblo valiente que derrotó a ETA y el pueblo solidario que hace dos meses se hermanó para responder a la torrentada que arrasó el Levante mallorquín.

Han sido 40 años de progreso que ahora se convierten en un espejo para encarar el futuro. Un espejo que nos muestra como la generosidad que marcó nuestro pasado es la vía para superar el egoísmo partidista que demasiadas veces nos bloquea.

En estos tiempos en los que hay gente que atiza el fuego de la discriminación, del enfrentamiento entre pueblos y lenguas hermanas, de la represión de libertades y del ataque a la diferencia, tenemos nuestra mejor garantía de convivencia en la Constitución.

En estos tiempos en los que algunos quieren separarnos por la vía de construir la identidad de todos en la contraposición de símbolos y no a través de la integración de diversidades, la Constitución emerge como aval de nuestra riqueza como estado plural.

La crispación no está en la Constitución. La discriminación por razones de sexo, orientación sexual, raza, origen o religión no está en la Constitución. No los encontraréis. La prosperidad democrática no se construye con enfrentamiento, sino con generosidad y colaboración.

La Constitución es nuestro antídoto más poderoso contra la discordia. En cada gesto generoso, en cada intento de comprensión, en cada conversación, que diría Pablo Milanés, se impone siempre un trozo de razón.

Hoy, ser constitucionalista es estar convencido de que el consenso es siempre la mejor respuesta. Es levantar la bandera del acuerdo y el diálogo para responder a los desafíos que nos plantea nuestra sociedad.

Decía el desaparecido Manuel Marín que la Constitución "es nuestro punto de encuentro". Y es cierto, muchas veces nos hemos encontrado en ella. Pero también nos hemos encontrado en sus lagunas, en esos objetivos que siguen sin cumplirse a pesar de estar en el texto que fundó nuestra democracia. Por eso, la Constitución debe ser un recordatorio permanente de lo que nos queda por hacer.

Y lo que nos queda por hacer es reformar la propia carta magna 40 años después de su aprobación para adaptarla a las exigencias del siglo xxi. Pero, sobre todo, nos queda desarrollar el cuerpo de derechos constitucionales para garantizar más progreso social.

Porque nuestro primer objetivo debe ser cumplir la Constitución. Toda.

Porque la Constitución es mucho más que los símbolos. Y su cumplimiento no puede seguir siendo una mera aspiración, una quimera inalcanzable, en aspectos como la igualdad entre personas, el desarrollo de derechos sociales esenciales como el de la vivienda o el empleo, la cohesión territorial y el respeto al medio ambiente.

Todo eso lleva 40 años en la carta magna, esperando a ser cumplido. Se ha avanzado, por supuesto. La ley estatal de igualdad y las que han aprobado comunidades como las Illes Balears nos han ayudado a dar pasos hacia adelante, pero queda mucho por hacer. Nos lo recuerda demasiado a menudo la barbarie de esta violencia machista que hace unas semanas segó otra vida en nuestras islas, la de Sacramento Roca.

Por eso no nos podemos permitir ni una menos. Por eso tenemos que dar una respuesta rápida y contundente a la indignación comprometida de los millares de mujeres y hombres que han salido a la calle en los últimos meses para exigir que la igualdad sea una realidad, no una aspiración que abordamos con lentitud.

Esta demanda de celeridad está justificada igualmente con respecto al mundo del trabajo. Leyes y políticas para fomentar un mejor empleo y combatir la precariedad nos acercaron durante décadas al objetivo de cumplir con el mandato constitucional que protege el derecho de todos a un lugar de trabajo digno, antes de que una reforma laboral nos alejara de este objetivo.

Hay que revertirla para volver al espíritu y la letra de la Constitución y también para devolver al diálogo social el papel crucial que tiene para mejorar la calidad de la contratación, elevar los salarios y garantizar así también nuestras pensiones.

Hace falta abandonar el partidismo y abrazar la generosidad constitucional para aprobar medidas que beneficien a todos, como la de subir el salario mínimo hasta los 900 euros al mes.

Porque 40 años de desarrollo constitucional nos desafían a hacer más. A mejorar sin conformarnos en cuestiones como el derecho a la vivienda, reconocido en la Constitución y que todavía no se cumple. Hace falta que lo blindemos como derecho fundamental y, sobre todo, que lo desarrollemos; que aceleremos en planes de vivienda pública y que hagamos cumplir leyes como la que hemos aprobado para facilitar el acceso a un hogar a aquellos que no lo tienen; que busquemos mecanismos para controlar los precios de alquiler y venta de una vivienda que tiene que ser un derecho de verdad y no un producto especulativo más.

La modernidad que supuso nuestro orden constitucional se plasma de forma nítida en artículos como el 45, que hoy nos han leído. Desde hace 40 años, fija como objetivo común una protección del medio ambiente que demasiadas veces olvidamos. Pero el futuro no olvida y nuestro planeta nos recuerda, cada vez con más insistencia, que hay que frenar el cambio climático con leyes como la que ahora tramita nuestro Parlamento.

Tenemos que ser firmes en este objetivo y seguir trabajando para preservar y recuperar nuestro patrimonio natural: será la mejor herencia que dejaremos a las generaciones que vendrán.

También están en nuestra Constitución los fundamentos del estado del bienestar, hoy cuestionados por algunos que se denominan constitucionalistas.

Tenemos que reforzarlos y proyectarlos en el futuro. Tenemos que blindar la salud como un derecho fundamental. Tenemos que elevar los recursos para conseguir que la educación sea nuestra mayor fortaleza en este mundo de competencia creciente y mercado global. Tenemos que extender al resto del Estado derechos como la renta social, que aquí nos vacuna contra la exclusión.

Tenemos que garantizar la financiación para una Ley de Dependencia que hoy pagan en más de un 80% las comunidades autónomas y asegurar la protección social a una población cada vez más envejecida.

Y, sobre todo, tenemos que hacer realidad una idea que está en el origen de la Constitución y que hoy mismo hemos podido escuchar: que todos los ciudadanos deben tener los mismos derechos. Una garantía que no por existir se cumple, como bien sabemos en estas islas.

Durante décadas, esta sociedad ha pedido al Estado que aplique aquello que dice el propio texto constitucional y reconozca y compense las desventajas que nos provoca el hecho de vivir en unas islas. No nos han escuchado hasta que todos nos hemos unido para exigir de forma unánime un tratamiento que nos iguale en derechos y oportunidades al resto de ciudadanos. Ahora el Estado se ha comprometido en un Régimen Especial porque sabe que no pararemos hasta conseguirlo. Porque no es una exigencia de un gobierno, sino de toda una sociedad.

Este reconocimiento no es menor. Supone avanzar en la construcción de un Estado que incorpora una visión desde la periferia, que integra la diversidad que lo compone.

Y por eso también, en estos tiempos en que se plantea la recentralización como solución, tenemos que recordar que el Estado autonómico ha sido un éxito. Pero el éxito pasado no garantiza el progreso futuro. Al contrario, en cierta manera este éxito ha aplazado reformas que hoy sabemos que no pueden esperar más.

Porque la parálisis y la incapacidad para tomar decisiones que mejoren nuestro orden constitucional pone en peligro el propio sistema político.

Nuestro orden territorial reclama un nuevo impulso. Un nuevo impulso para seguir acercando las decisiones, las soluciones y los servicios a la ciudadanía, que da sentido a todo. Para acabar con la infrafinanciación que amenaza el progreso inclusivo en territorios como las Illes Balears. Para resolver la incapacidad de decisión plena de las autonomías en competencias propias por falta de órganos efectivos de representación y ejecución conjunta con el Estado. Y para dar soluciones diferentes a realidades diferentes con problemas diferentes.

Porque después de 40 años de progreso y democracia constitucional, tenemos claro que la estabilidad no aparece en la uniformidad ni en la ausencia de matices, sino en la pluralidad y el acuerdo desde la diferencia.

El inmovilismo y la falta de determinación para reformar nuestra carta magna han agravado otros problemas que amenazan a nuestro modelo de convivencia. Sólo afrontándolos de manera decidida, sólo asumiendo nuestra responsabilidad, sólo reforzando nuestra Constitución con un nuevo pacto generacional que incorpore al consenso de 1978 este 75% de ciudadanos que no la pudieron votar, renovaremos nuestro marco de convivencia y lo adaptaremos a los retos presentes y futuros.

Y eso pasa también por firmar un nuevo contrato social que incluya nuevos derechos individuales, como el de una muerte digna, y otros surgidos del presente digital actual. Pasa por desterrar privilegios que hoy han perdido el sentido, como los aforos. Y pasa por que la carta magna siga impulsando la construcción de Europa. Sólo así conseguiremos que el espíritu constitucional nos conduzca a otros 40 años de éxito, progreso y derechos.

Es el momento de actuar. Es mucho lo que hay en juego. Porque es mucho lo que hemos avanzado. La España de hoy, las Illes Balears de hoy, son un referente de modernidad, una sociedad que garantiza sanidad universal y lidera los rankings de calidad de vida.

Una sociedad que aumenta cada año su apuesta por la educación y la innovación, que lidera la extensión de derechos sociales ligados a la dependencia y a la igualdad en todas sus dimensiones.

Una sociedad que pide riqueza compartida y pacta convenios históricos para subir salarios como nunca. Que se apresura para dar oportunidades a los jóvenes y proteger a nuestras personas mayores.

Una sociedad que se moviliza para exigir que cuidemos el medio ambiente, que aplaude que lideremos la lucha contra el cambio climático, que se implica cada vez que alguien sufre y nos exige que combatamos sin complejos la exclusión y la discriminación.

En las constituciones reside el alma de los estados. En la esencia de la nuestra hay la justicia, la pluralidad y el consenso desde la diferencia. Pero también la extensión de derechos y libertades, que nos han hecho avanzar durante décadas hacia una igualdad que todavía nos exige luchar cada día para que no entienda de género, razas o identidad sexual.

Justicia, igualdad, pluralidad, solidaridad, derechos y libertades son el alma de una sociedad que hace 40 años soñó un futuro moderno que sólo en parte se ha hecho realidad. Renovemos este sueño. Hagámoslo compartido una vez más y participemos en un futuro que siempre será mejor si nos tiene a todos detrás. Está en nuestras manos. Lo demostramos el año 1978 y estoy segura de que lo volveremos a demostrar ahora.

Muchas gracias y feliz Día de la Constitución a todos.

¡Sigamos celebrándolo juntos!